Bernardo en "Historia General de España. Compuesta primero en latín, después buelta en castellano por Juan de Mariana, D. Theologo, de la compañía de Jesús. Dirigida al rey Catholico de las Españas don Fhilippe III, deste nombre nuestro señor".
Extraído de la "Historia General de España"
B. A. E.
Obras del Padre Juan de Mariana. Madrid-M. Rivadeneyra 1854
El padre Juan de Mariana (1536-1624) |
Capítulo IX [...] os gloriosos principios de este Príncipe tan señalado se amancillaron y escurecieron con un desastre y afrenta que aconteció en su casa real, y fue que su hermana la infanta doña Jimena, olvidada del respeto que debía a su hermano y de su honestidad, puso los ojos en Sandía o Sancho, conde de Saldaña, sin repara hasta casarse con él. Fue el matrimonio clandestino, y dél nació el infante Bernardo, carpense o del Carpio, muy famoso y esclarecido por sus proezas y hazañas en las armas, según que le alaban y engrandecen las historias de España. El Rey, sabido lo que pasaba, puso en prisiones al Conde, que vino para hallarse en las Cortes. Acusáronle de traición y de haber cometido ofensa contra la majestad; convencido, fue privado de la vista y condenado a cárcel perpetua; señalaron para su guarda el castillo de Luna, en que pasó lo demás de la vida en tinieblas y miseria; que tal es la paga de la maldad y su dejo. La hermana del Rey fue puesta en un monasterio de monjas. Sin embargo, el Rey hizo criar el infante como si él mismo lo hobiera engendrado y hobiera salido de sus entrañas; verdad es que no se crió en la Corte, sino en las Asturias. La buena crianza fue parte para que su buen natural se aumentase y aun mejorase. Las armas de los moros por esos tiempos no sosegaban; [...] |
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Capítulo XI [...] l
rey don Alonso, cansado por sus muchos años y con las guerras que de ordinario
traía con los moros con mayor esfuerzo y valor que prosperidad, pensó sería bien valerse de Carlo Magno para echar con sus armas los moros de toda España. No tenía hijos; ofrecióle en premio de su trabajo la sucesión en el reino por
vía de adopción. No menospreció este partido el buen Emperador; pero por ser de larga edad y no menos viejo que el rey don Alonso y por tener debajo de su señorío muchas provincias, le pareció que aquel reino sería bueno para Bernardo, su nieto de parte de su hijo Pipino, ya muerto, que él había hecho rey de Italia. Con esta resolución emprendió el viaje de España. Seguíale un ejército invencible. Estaba todo para concluirse cuando se pusieron estas prácticas; porque las cosas de los grandes príncipes y sus confederaciones por intervenir otros en
ellas no pueden estar mucho tiempo secretas. Llevaba de mala gana la nobleza de España quedar sujeta al imperio de los franceses, gente insolente, como ellos decían, y fiera; que no era esto librallos de los moros, sino trocar aquella servidumbre en otra más grave. Desto se quejaba cada cual en particular y todos en público, los menores, medianos y más grandes. Todavía ninguno en particular se atrevía a resistir a la voluntad del Rey y desbaratar aquellos intentos. Solo Bernardo del Carpio, feroz por la juventud y por la esperanza que tenía de la corona, soplaba este fuego y se ofrecía por caudillo a los que le quisiesen seguir. El mismo rey don Alonso estaba arrepentido de lo que
tenía tratado; tan inciertas son las voluntades de los príncipes. Allegóse a los
demás Marsilio, rey moro de Zaragoza, con quien el Emperador estaba enojado por haber despojado de aquel estado a Ibnabala, su confederado. De los unos y de los otros se formó un buen ejército,
aunque no bastante para resistir en campo llano. La caballería de Francia es aventajada; acordaron
tomar los pasos de los Pirineos y impedir a los franceses la entrada en España. Los escritores extranjeros dicen que Carlos pasó adelante, y que antes que diese la vuelta venció en la batalla a los enemigos y les corrió los campos y la provincia por todas partes; y que finalmente, cuando se volvió peleó en las estrechuras de los Pirineos. A otros parece más verdadero lo que nuestros escritores afirman que Carlo Magno no entró desta vez en España, sino que a la misma entrada en Roncesvalles, que es parte de Navarra, se dió aquella famosa batalla. Venían en la vanguardia Roldán, conde de Bretaña, Anselmo y Eginardo, hombres principales. El lugar no era a propósito par ponerse en ordenanza; acometieron los nuestros desde lo alto a los enemigos. Dieron la muerte a muchos antes que se pudiesen aparejar para la pelea y ordenar sus haces. Fue muerto el mismo Roldán, de cuyo esfuerzo y proezas se cuentan vulgarmente en ambas las naciones de Francia y de España muchas fábulas y patrañas. Carlo Magno, visto el temor de los suyos y la matanza que en ellos se ejecutaba, con deseo de reparar y animar a su gente, que desmayaba en aquel aprieto, dijo a sus soldados estas palabras: "Cuan fea cosa sea que las armas francesas muy señaladas por sus triunfos y trofeos sean vencidas por los pueblos mendigos de España, envilecidos por la larga servidumbre, aunque yo lo calle, la misma cosa lo declara. El nombre de
nuestro imperio, la fuerza de vuestros pechos os debe animar. Acordáos de vuestras grandes hazañas, de vuestra nobleza, de la honra de vuestros antepasados; y los que , vencidas tantas provincias, distes leyes a gran parte del mundo, tened por cosa más grave que la misma muerte dejaros vencer de gente desarmada y vil, que a manera de ladrones no se atrevieron a pelear en campo raso. La estrechura de los lugares en que estamos no da lugar para huir, ni sería justo poner la esperanza en los pies los que
tenéis las armas en las manos. No permita Dios tan grande afrenta; no sufráis, soldados, que tan gran baldón se de al nombre francés; con esfuerzo y ánimo habéis de salir de estos lugares; en fuerza, armas, nobleza, en ánimo, número y todo lo demás os aventajáis. Los enemigos por la pobreza, miseria y mal
tratamiento están flacos y sin fuerzas; el ejército se ha juntado de moros y cristianos, que no concuerdan en nada, antes se diferencian en costumbres, leyes, estatutos y religión. Vos tenéis un mismo corazón, una misma voluntad, necesidad de pelear por la vida, por la patria, por nuestra gloria. con el mismo ánimo pues, con que tantas veces sobrepujásteis innumerables huestes de enemigos y salisteis con victoria de semejantes aprietos, si ya, soldados míos, no
estáis olvidados de vuestro antiguo esfuerzo, venced ahora las dificultades menores que se os ponen delante." |
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Capítulo XII l esfuerzo del Bernardo del Carpio se mostró mucho en todas las guerras que por este tiempo se hicieron; él grandemente se agraviaba que ni sus servicios ni los ruegos de la Reina fuesen parte para que el Rey, su tío, se doliese de su padre y le librase de aquella larga y dura prisión. Pidió claramente licencia y retirose a Saldaña, que era de su patrimonio, con intento de satisfacerse de aquel agravio en las ocasiones que se ofreciesen. Dende hacia robos y entradas en las tierras del Rey sin que nadie le fuese a la mano. El Rey no era bastante por su larga edad; los nobles favorecían la pretensión de Bernardo y su demanda tan justa. Ofendido el Rey por este levantamiento y llegado el fin de su vida de vejez y de una enfermedad mortal que le sobrevino, señaló por sucesor suyo a don Ramiro, hijo de don Bermudo. Hecho esto, acabó el curso de su vida en edad de ochenta y cinco años. Reinó los cincuenta y dos, cinco meses y trece días. [...] |
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Capítulo XVII n todas estas guerras se señaló sobre todos el esfuerzo y valor de Bernardo del Carpio, que fue causa que la cristiandad en la edad del Rey, que no era mucha, no recibiese algún daño.
Concluidas pues tantas cosas, como hubiese acompañado al REy hasta Oviedo, tornó de nuevo a hacer instancia sobre la libertad de su padre; que debía bastar prisión de tantos años, y era justo que el Rey se inclinase a su petición, si no por la miseria y mal tratamiento de aquel desventurado viejo, a lo menos perdonase la culpa del padre por los servicios del hijo; que si ni el respeto del deudo ni sus leales servicios le movían, por demás esperaría mayores mercedes de quien no hacía caso de sus ruegos y
lágrimas en demanda tan justificada. Parecía a los más que Bernardo tenía razón; pero prevaleció, según yo pienso, el parecer de
los contrarios, que decían ser conveniente a la dignidad del Rey vengar la afrenta hecha contra la
magestad, y no mudar la sentencia de los antecesores por respeto de ningún particular. |
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