|
Capítulo XI
Cómo Carlo Magno vino en España
[...]
l
rey don Alonso, cansado por sus muchos años y con las guerras que de ordinario
traía con los moros con mayor esfuerzo y valor que prosperidad, pensó sería bien valerse de Carlo Magno para echar con sus armas los moros de toda España. No tenía hijos; ofrecióle en premio de su trabajo la sucesión en el reino por
vía de adopción. No menospreció este partido el buen Emperador; pero por ser de larga edad y no menos viejo que el rey don Alonso y por tener debajo de su señorío muchas provincias, le pareció que aquel reino sería bueno para Bernardo, su nieto de parte de su hijo Pipino, ya muerto, que él había hecho rey de Italia. Con esta resolución emprendió el viaje de España. Seguíale un ejército invencible. Estaba todo para concluirse cuando se pusieron estas prácticas; porque las cosas de los grandes príncipes y sus confederaciones por intervenir otros en
ellas no pueden estar mucho tiempo secretas. Llevaba de mala gana la nobleza de España quedar sujeta al imperio de los franceses, gente insolente, como ellos decían, y fiera; que no era esto librallos de los moros, sino trocar aquella servidumbre en otra más grave. Desto se quejaba cada cual en particular y todos en público, los menores, medianos y más grandes. Todavía ninguno en particular se atrevía a resistir a la voluntad del Rey y desbaratar aquellos intentos. Solo Bernardo del Carpio, feroz por la juventud y por la esperanza que tenía de la corona, soplaba este fuego y se ofrecía por caudillo a los que le quisiesen seguir. El mismo rey don Alonso estaba arrepentido de lo que
tenía tratado; tan inciertas son las voluntades de los príncipes. Allegóse a los
demás Marsilio, rey moro de Zaragoza, con quien el Emperador estaba enojado por haber despojado de aquel estado a Ibnabala, su confederado. De los unos y de los otros se formó un buen ejército,
aunque no bastante para resistir en campo llano. La caballería de Francia es aventajada; acordaron
tomar los pasos de los Pirineos y impedir a los franceses la entrada en España. Los escritores extranjeros dicen que Carlos pasó adelante, y que antes que diese la vuelta venció en la batalla a los enemigos y les corrió los campos y la provincia por todas partes; y que finalmente, cuando se volvió peleó en las estrechuras de los Pirineos. A otros parece más verdadero lo que nuestros escritores afirman que Carlo Magno no entró desta vez en España, sino que a la misma entrada en Roncesvalles, que es parte de Navarra, se dió aquella famosa batalla. Venían en la vanguardia Roldán, conde de Bretaña, Anselmo y Eginardo, hombres principales. El lugar no era a propósito par ponerse en ordenanza; acometieron los nuestros desde lo alto a los enemigos. Dieron la muerte a muchos antes que se pudiesen aparejar para la pelea y ordenar sus haces. Fue muerto el mismo Roldán, de cuyo esfuerzo y proezas se cuentan vulgarmente en ambas las naciones de Francia y de España muchas fábulas y patrañas. Carlo Magno, visto el temor de los suyos y la matanza que en ellos se ejecutaba, con deseo de reparar y animar a su gente, que desmayaba en aquel aprieto, dijo a sus soldados estas palabras: "Cuan fea cosa sea que las armas francesas muy señaladas por sus triunfos y trofeos sean vencidas por los pueblos mendigos de España, envilecidos por la larga servidumbre, aunque yo lo calle, la misma cosa lo declara. El nombre de
nuestro imperio, la fuerza de vuestros pechos os debe animar. Acordáos de vuestras grandes hazañas, de vuestra nobleza, de la honra de vuestros antepasados; y los que , vencidas tantas provincias, distes leyes a gran parte del mundo, tened por cosa más grave que la misma muerte dejaros vencer de gente desarmada y vil, que a manera de ladrones no se atrevieron a pelear en campo raso. La estrechura de los lugares en que estamos no da lugar para huir, ni sería justo poner la esperanza en los pies los que
tenéis las armas en las manos. No permita Dios tan grande afrenta; no sufráis, soldados, que tan gran baldón se de al nombre francés; con esfuerzo y ánimo habéis de salir de estos lugares; en fuerza, armas, nobleza, en ánimo, número y todo lo demás os aventajáis. Los enemigos por la pobreza, miseria y mal
tratamiento están flacos y sin fuerzas; el ejército se ha juntado de moros y cristianos, que no concuerdan en nada, antes se diferencian en costumbres, leyes, estatutos y religión. Vos tenéis un mismo corazón, una misma voluntad, necesidad de pelear por la vida, por la patria, por nuestra gloria. con el mismo ánimo pues, con que tantas veces sobrepujásteis innumerables huestes de enemigos y salisteis con victoria de semejantes aprietos, si ya, soldados míos, no
estáis olvidados de vuestro antiguo esfuerzo, venced ahora las dificultades menores que se os ponen delante."
Dicho esto, con la bocina hizo señal, como lo acostumbraba. Renuévase la pelea con gran coraje, derrámase mucha sangre, mueren los más valientes y atreviso de los franceses. Los españoles, por los muchos trabajos endurecidos, peleaban como leones; la opinión, que en la guerra puede mucho, quebrantó los ánimos de los contrarios, ca en lo más recio de la pelea se divulgó por los escuadrones que los moros, como gente que tenía noticia de los pasos, se apresuraban para dar sobre ellos por las espaldas.
Ningún lugar hobo ni más señalado por el destrozo de los franceses ni más conocido por la fama. Los muertos fueron sepultados en la capilla del Espíritu Santo de
Roncesvalles. Siguióse poco después la muerte de Carlo Magno, que falleció y fue
sepultado en Aquisgrán el año de Cristo del 814, que fue la causa, como yo entiendo, de no vengar aquella injuria. Don Rodrigo dice que el rey don Alonso se halló en la batalla; los de Navarra, que Fortún García, rey de Sobrarve, tuvo gran parte en aquella victoria; las historias de Francia que, no por esfuerzo de los nuestros fueron los franceses vencidos, sino por traición de un cierto Galalon. Entiendo que la memoria destas cosas está confusa por la afición y fábulas que suelen resultar en casos semejantes, en tanto grado, que algunos escritores franceses no hacen mención desta pelea tan señalada; silencio que se pudiera atribuir a malicia, si no considerara que lo mismo hizo don Alonso el Magno, rey de León, en el Cronicón que dedicó a
Sebastián, obispo de Salamanca, poco después deste tiempo, donde no se halla mención alguna desta tan notable jornada.
Esto baste de la empresa y desastre del emperador Carlo Magno. El lector, por lo que otros escribieron, podrá hacer libremente juicio de la verdad. Volvamos a lo que nos queda atrás.
|
|