PREGÓN DE LAS FIESTASSAN JUAN 2004
Esperanza Olivo Esteban |
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MIS RECUERDOS DE SAN JUAN
Sr. Alcalde, Sres. Concejales, Sras., Sres., Hinojoseros todos, muy Buenas Noches:
Ante todo deciros que es para mi un honor estar aquí ante vosotros como pregonera de las fiestas de este año 2004 y darle las gracias a la Corporación Municipal por su ofrecimiento.
Cuando José Francisco me llamó y me comentó que había propuesto mi nombre al pleno para pregonera de las fiestas y había sido aceptado, me sentí gratamente sorprendida y mi corazón hinojosero saltó de alegría. Al principio tuve dudas por las malas fechas en que caen este año los sanjuanes y los problemas de permisos de trabajo, pero sentía que no podía decir que no y bueno, aquí estoy.
Una vez tomada la decisión pensé, ¿y de que hablo?. Y me vinieron a la mente recuerdos y recuerdos de San Juan sobre todo de cuando era niña, adolescente y joven y me dije, pues hablaré de eso, de mis recuerdos de los sanjuanes de esa época, que coincidirán en parte con los de muchos de los que estáis aquí esta noche.
Mi primer recuerdo, se remonta a cuando era una niña, una niña muy pequeña. Mi hermano Luis y yo estábamos en la calle por lo que supongo que no debía estar previsto que pasara ningún toro. Estábamos jugando cerca del árbol que había en la calle Arrabal cuando de pronto apareció un toro. No recuerdo por donde ni como fue, solo recuerdo que mi padre cogió a Luis y un cojín y se pusieron detrás del árbol. A mí supongo que alguien me llevó al poyo del Sr. Pepe, o ya estaba allí pues las imágenes que tengo son desde esa posición. El toro los persiguió y antes de que siguiera calle abajo, dieron varias vueltas alrededor del árbol, aunque a lo mejor fue una sola y las restantes las puso mi imaginación.
También recuerdo la emoción de levantase al alba a ver pasar la corrida de San Juan por la mañana desde el balcón, y por las tardes, la emoción estaba en esperar en la calle, con las vecinas, a que pasaran los toros que ya habían sido toreados.
En mi calle, las mujeres ataban una silla vieja, adornada con un sombrero, o algo llamativo, entre el árbol y la casa de Antonio y Teresa (los padres de Mundo, Doro y Seito) y a esperar que llegara el toro. Sabías cuando iba a aparecer por el Solejar por el griterío de la plaza que se oía a lo lejos. Cuando llegaba se entretenía con la silla, alguna valiente, desde la especie de plataforma que forma allí la calle, se animaba a torearlo desde lejos con el mandil, diciendo eso tan típico de ¡eh! ¡toro! y entre gritos al final el toro seguía hacía el monte.
Para aquellos que no lo vivieron, los toros, que eran elegidos entre las ganaderías del pueblo el día de apartar la corrida, una vez toreados, se les daba puerta y se dejaban sueltos para que recorrieran el pueblo. Era otra faceta de la fiesta. Lo normal es que salieran calle abajo hacia el Solejar, pero a veces se les espantaba para que tiraran por otras calles con el consiguiente alboroto de la gente que no había ido a la corrida y que sentada a la puerta no esperaba ver aparecer de pronto el toro entre perdido y despistado.
Después llegaban los comentarios, pues el toro llegó a Cristo Rey, pues en la calle fulanita se llevó un mantel que estaba tendido a secar. Y los ganaderos al día siguiente a buscar los toros que no habían llegado al monte.
Un poco más adelante en el tiempo recuerdo ir ya a la plaza, al palenque con la tajuelita en la mano para sentarte delante de las madres que se sentaban atrás en un banco, a esa plaza de carros que muchos de los aquí presentes no conocieron pero que era tan entrañable y tan nuestra, no en balde la hacían nuestros mayores. Se sacaban las barreras y los palenques guardados durante el resto del año, se ponían los bancos del palenque la justicia siempre colocado encima del toril que estaba a continuación de la casa del Gallo, se colocaban las puertas de la plaza, encima de las que siempre estaban sentados los encargados de abrirlas y cerrarlas. Banderilleaba el inefable Pavesio que año tras año se encargaba de poner las banderillas, mi recuerdo es que no con demasiado acierto, pero que nunca faltaba a la cita. Algún año toreó Antonio de Jesús, que creo que llegó a tomar la alternativa, o al menos toreó en Salamanca. Y hablando de toreros aunque de unos años más tarde, algunas fiestas vino Curri de Camas, sobrino de Pavesio, al que todas las adolescentes y jovencitas, mirábamos absolutamente arrobadas.
En el intermedio, pasaban el capote para que cada uno echase lo que bien le pareciera. La entrada a la corrida era gratis, el Ayuntamiento no les debía pagar mucho y para complementar el sueldo contaban con la voluntad del personal asistente.
El día de San Juan, después de la bandera, había charlotada dirigida por Aurelio el practicante que nos hacía pasar un buen rato a todos.
Años después se prohibió la corrida de la mañana y durante bastantes años, prácticamente durante toda la juventud de mi generación, no hubo. Después del baile, que solía durar hasta las 5 de la mañana, a casa. Salvo un año que nos fuimos a ver amanecer al Cristo. Si mal no recuerdo corría el año 72 y por tanto tenía yo 19 años. El grupo de chicos y chicas, y pongo el énfasis en chicas, votamos entre varías opciones, éramos así de democráticos, y al final elegimos ir a ver amanecer al Cristo y después a misa de 8. Y en nuestras casas eso fue una revolución, porque las chicas, en aquella época, no pasábamos toda la noche fuera de casa. Claro que el haber ido a misa antes de acostarnos nos libró de una reprimenda mayor.
Después también se prohibieron las corridas de la tarde. El Ayuntamiento hacía la vista gorda, el alcalde no sabía nada y los hombres apartaban la corrida como si no hubiera prohibición alguna. La corrida se traía y se toreaba, se ponía una multa a los osados mozos que habían perpetrado tamaño crimen y durante la corrida se pasaba una manta a fin de recaudar el dinero que había que pagar. Pero hubo un año en que la Guardia Civil, con el cabo Fernando al frente se fueron hasta el puente nuevo e intentaron que la corrida no llegara a la plaza. Se habló de que llegó a amenazar con sacar la pistola e incluso se comentó que la llegó a sacar, pero si eso llegó a ocurrir solo lo saben los que allí estuvieron. Al final los toros se trajeron, se les dio una vuelta a la plaza y volvieron al monte. El honor de los mozos estaba a salvo.
Por esos años, quizás a mediados/finales de los 70, la fiesta parecía que estaba de capa caída y hubo incluso un año en que no se programaron corridas en San Juan. Pero la gente no estaba dispuesta a quedarse sin corrida. Unos pocos fueron al monte a por los toros, otros cerraron El Solejar y la corrida se celebró. Estaba claro que el sentimiento sanjuanero solo estaba adormecido, que los sanjuanes están indefectiblemente unidos a las corridas y que es impensable que puedan darse uno sin las otras. A partir de entonces las fiestas renacieron y hasta el día de hoy.
Y termino con el recuerdo de los encierros, para mí lo más emocionante de las fiestas. Todo empezaba yendo hasta la ribera, al principio un poco a escondidas de los padres para que no te riñeran porque consideraban que eras demasiado pequeña y probablemente lo éramos o al menos yo lo era, visto ahora desde la perspectiva de madre y de los años. Dabas un paseo y después te ibas hasta el matadero a esperar hasta que aparecían los caballos y toros en lo alto del camino de la retuerta. Una imagen difícil de olvidar y de las más bonitas e impresionantes de la fiesta, los toros rodeados de caballos y los caballistas con las "hijadas" en alto. Desde el matadero ibas andando tranquila, pero sin dejar de mirar atrás, hasta la casa de Emma Puparelli y volvías a esperar hasta que los veías aparecer en el matadero. Ahora tocaba ir hasta el Solejar, casi andando de espaldas para no perderlos de vista, no fuera que empezaran a correr antes de lo previsto, y esperabas a que llegaran al árbol. A partir de ahí los caballos empezaban a ir más deprisa y había que empezar a correr para que cuando llegaran al Solejar y lanzaran los caballos a galope tendido haber pasado, por lo menos, la mitad de la calle. Al llegar a la puerta de la plaza echabas una mirada de reojo, si podías, y decidías si te daba tiempo a cruzar la plaza. Claro que casi nunca llegabas a tener esa opción pues lo normal es que oyeras los cascos de los caballos a tu espalda y te apartabas como podías. Te pegabas a la pared, te hacías un hueco entre la gente que estaba viendo pasar el encierro y si conseguías llegar a la plaza te metías en la primera barrera o en el callejón.
Yo corrí los encierros todos los años que pude y desde bastante jovencita. Eso sí, la última parte de la carrera de la mano de algún chico, que me ayudaba a ir más rápida. Mi compañero de carrera fue casi siempre mi amigo José Vidriales, el cura. Después el encierro cambió pero sobre todo nos hicimos mayores y los encierros hubo que dejarlos para las generaciones siguientes. Pero os puedo asegurar que si cierro los ojos aún oigo claramente a mi espalda el ruido de los cascos de los caballos contra los rollos de la calle.
Estos recuerdos, quizás un tanto deslavazados, algunos muy personales, otros que forman parte de la memoria colectiva son una invitación recordar otras épocas y otras fiestas, ni mejores ni peores que las actuales, pero si distintas. Para cada uno de nosotros las mejores son aquellas que hemos vivido con más intensidad y que probablemente coincidan en muchos casos con las de nuestra época de adolescencia y juventud. Han quedado muchos recuerdos en el tintero pero seguro que estos pocos han hecho florecer en muchos de vosotros el recuerdo de cuando éramos jóvenes.
Y para finalizar un recuerdo para mi padre, al que pensando en San Juan yo siempre le recuerdo de pie al lado de la barrera que ponía su cuadrilla según se entraba a la plaza a la derecha, una barrera roja que entre San Juan y San Juan permanecía en el boil del caballo. Él se sentiría muy orgulloso de verme aquí esta noche inaugurando las fiestas de San Juan de 2004.
¡ Viva san Juan Bendito ! ¡ Vivan las conejinas ! ¡ Viva Hinojosa !
Y ahora, a disfrutar de las Fiestas y como dice algún anuncio, beber con moderación que la noche es muy larga, hay que aguantar hasta la corrida la mañana y quedan muchos días de fiesta. Esperanza Olivo Esteban |